martes, 4 de junio de 2013

Texto literario.

La alegría de enseñar.


El camino de la docencia es un sendero formado por miles de experiencias que enriquecen la vida del maestro; y esto lo confirmé una vez más una tarde de abril en casa de mi abuela clara. Aquel día me contó la historia de quien fuera en su juventud su mejor amiga y compañera de aventuras, su nombre era Anita y empezó su caminar pedagógico cuando tenía 16 años y acababan de terminar el colegio. Anita nunca había imaginado su vida como docente, de hecho, ella soñaba con ser una gran doctora pero por causas y cosas de la vida, Anita decidió empezar en la universidad una licenciatura en educación básica.
Al principio todo eso parecía una completa locura, pero después de un tiempo no muy largo, eso que parecía una locura cobró sentido y en el corazón de Ana empezaron a nacer un sinfín de sentimientos hacia la labor docente. Cuando todo inició, ella solo tenía una inmensa curiosidad que la llevo a indagar, a investigar, leyó a muchos pedagogos y sus teorías y poco a poco, sin darse cuenta se fue enamorando de este caminar. Anita ponía alma, vida y corazón a cada día en la escuela, se esforzaba siempre por innovar y sus aulas de clase se veían llenas de alegría, color, fantasías y risas que años más tarde se convertían en sueños y metas hechas realidad, médicos, sacerdotes, docentes, ingenieros, azafatas, administradores y muchos otros profesionales que habían pasado por las manos de Anita “la profe más bonita” (como cariñosamente la llamaban sus estudiantes) y que ahora volvían como padres y madres de familia para encomendar sus hijos a la que fue su maestra de escuela, para junto a ella, construir ese camino de vida para cada uno de sus pequeños seres que cada día estaba formando. Mucho tiempo después, a sus 85 años de edad, lamentablemente Anita partió al cielo, pero se fue, dejando muchas generaciones de corazones agradecidos por su tiempo, por su dedicación, por su esmero y por el inmenso amor que entrego en vida a cada uno de sus estudiantes.

Cuando mi abuela Clara finalizó su historia comprendí que ser maestra no es sólo estudiar las teorías de Piaget, Chomsky, Skinner o Vygotsky, ser maestra es también sentir amor por esos seres que a diario educas, enamorarte cada día más de esa labor que desempeñas y en el momento en que nace ese amor, adquieres la capacidad de equilibrar el conocimiento y el sentimiento en su justa medida para así formar seres de bien para la sociedad. Ah, y se me olvidaba una cosa… Soy Ana Lucía Jaramillo y en dos meses me graduaré orgullosamente como MAESTRA. Fue un placer compartir con ustedes esta historia y a todos los maestros que lean lo que les he contado, tengan presente que la vocación nace siempre de tu corazón.          

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