La
alegría de enseñar.
El camino de la docencia es
un sendero formado por miles de experiencias que enriquecen la vida del
maestro; y esto lo confirmé una vez más una tarde de abril en casa de mi abuela
clara. Aquel día me contó la historia de quien fuera en su juventud su mejor
amiga y compañera de aventuras, su nombre era Anita y empezó su caminar
pedagógico cuando tenía 16 años y acababan de terminar el colegio. Anita nunca
había imaginado su vida como docente, de hecho, ella soñaba con ser una gran
doctora pero por causas y cosas de la vida, Anita decidió empezar en la
universidad una licenciatura en educación básica.
Al principio todo eso
parecía una completa locura, pero después de un tiempo no muy largo, eso que
parecía una locura cobró sentido y en el corazón de Ana empezaron a nacer un
sinfín de sentimientos hacia la labor docente. Cuando todo inició, ella solo
tenía una inmensa curiosidad que la llevo a indagar, a investigar, leyó a
muchos pedagogos y sus teorías y poco a poco, sin darse cuenta se fue enamorando
de este caminar. Anita ponía alma, vida y corazón a cada día en la escuela, se
esforzaba siempre por innovar y sus aulas de clase se veían llenas de alegría,
color, fantasías y risas que años más tarde se convertían en sueños y metas
hechas realidad, médicos, sacerdotes, docentes, ingenieros, azafatas,
administradores y muchos otros profesionales que habían pasado por las manos de
Anita “la profe más bonita” (como cariñosamente la llamaban sus estudiantes) y
que ahora volvían como padres y madres de familia para encomendar sus hijos a
la que fue su maestra de escuela, para junto a ella, construir ese camino de
vida para cada uno de sus pequeños seres que cada día estaba formando. Mucho
tiempo después, a sus 85 años de edad, lamentablemente Anita partió al cielo,
pero se fue, dejando muchas generaciones de corazones agradecidos por su
tiempo, por su dedicación, por su esmero y por el inmenso amor que entrego en
vida a cada uno de sus estudiantes.
Cuando mi abuela Clara
finalizó su historia comprendí que ser maestra no es sólo estudiar las teorías
de Piaget, Chomsky, Skinner o Vygotsky, ser maestra es también sentir amor por
esos seres que a diario educas, enamorarte cada día más de esa labor que desempeñas
y en el momento en que nace ese amor, adquieres la capacidad de equilibrar el
conocimiento y el sentimiento en su justa medida para así formar seres de bien
para la sociedad. Ah, y se me olvidaba una cosa… Soy Ana Lucía Jaramillo y en
dos meses me graduaré orgullosamente como MAESTRA. Fue un placer compartir con
ustedes esta historia y a todos los maestros que lean lo que les he contado,
tengan presente que la vocación nace siempre de tu corazón.
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